Pan con aceite y sal

la merienda de casa de la yaya

domingo, abril 01, 2007

Vamos, que no se podía con tanto arte

Fue un hombre atormentado. Una enfermedad que no le permitía crecer fue la principal causa de su tormento. La enfermedad, picnodisostosis, se debía a que sus padres eran primos hermanos. El problema se agravó cuando de pequeño cayó por las escaleras pues frenó el crecimiento de sus piernas. Era descendiente de los condes de Toulouse, por lo que el dinero nunca fue un problema.
La enfermedad fue el motivo de su agonía y frustración, fue la que lo empujó a cobijarse en el alcohol y en la vida bohemia del París del S.XIX. Su carácter le impedía mantener una relación estable con las mujeres, algo que pesó sobre él. Su personalidad quedó reflejada en sus pinturas, de trazos cortos y nerviosos. Las figuras parecen inestables, con sensación de movimiento, como las de Degas, quien tuvo gran influencia el la pintura de nuestro bohemio. Las estampas japonesas también fueron de gran importancia, pretendían captar el momento, y esto es lo que Toulouse Lautrec refleja, además de en sus pinturas, en sus primeros carteles. Él fue el primer cartelista moderno.

Pasaba las noches en los cabarets de París, bebiendo en compañía de las prostitutas, cantantes, bailarinas y círculos de intelectuales que los frecuentaban. Los burdeles en los que se refugiaba eran el Montmartre, Folies Bergère, Moulin Galette y, como no, el afamado Moulin Rouge. Fue uno de sus mejores clientes y conocía a la perfección la noche de estos locales y las gentes que trasnochaban en ellos. Diseñó el cartel publicitario de este cabaret y de otros como el de Le Chat Noir y La Goulue, que decoraban el hall de los locales.
Probablemente el Moulin Rouge sea el local de variedades más conocido del mundo. Allí las personas de clase media-alta gozaban de los placeres de la noche. Acudían para tomar una copa, charlar y, sobre todo, para ver el espectáculo: la música y el baile eran el principal atrayente. Aquí es donde Lautrec encontraba la inspiración, entre cantantes, bailarinas y prostitutas. Entre luces, perfumes y maquillaje. Entre cancanes, corsés y zapatos de tacón. Entre tanta agitación. Y es que la obra es un reflejo de la vida.
Su enfermedad y su nocturnidad mojada en alcohol hicieron que el bohemio muriera a los 40 años, cuando su pintura comenzaba a tener valor, después de años de rechazo para exponerla en las galerías.

Los carteles eran una verdadera obra de arte. Eran anuncios sofisticados y discretos. Reflejaban la belle èpoque parisina, un tiempo de optimismo, de dejar atrás las angustias de una guerra. Nada tienen que ver con los carteles de las salas de señoritas de hoy en día. Prima lo explícito, sin dar opción a la imaginación. De refinamiento se sabe bien poco, aunque el jolgorio sea el mismo. Me pregunto dónde estarán los bohemios del S.XXI.